El proyecto tiene una vocación singular ineludible, establece la referencia visual en la escala intermedia del conjunto de la estación del CEVA de Chêne-Bourg, pero también lo hace en la escala más lejana de la ciudad de Ginebra. Su morfología vertical le atribuye esta singularidad inevitablemente, que asume con el carácter intemporal, y casi sin expresión formal.
Sin embargo sutiles angulaciones que producirán efectos de trampantojo y la ausencia total de “ortogonalidad”, perceptible pero no claramente manifiesta, aportarán al edificio con elegancia su autoridad morfológica y una belleza profunda, difícil de describir, rasgo inconfundible de las mejores arquitecturas.
Esta “belleza plácida” es una característica de Ginebra y así este hito se liga con su cultura formal y su paisaje.
Su fuerte rigor geométrico y constructivo permite, al tiempo, un edificio eficaz y flexible en su programa inmobiliario. Es repetitivo, y sistemático, pero tiene una sensibilidad termodinámica que no se expresa de modo obvio. Es ciudadano y se enlaza con la ciudad y el espacio colectivo, liberando al máximo la planta baja para usos comerciales, anudando así el edificio al espacio público de la Place de la
Graviere y Jardin de la Tour.