La ciudad de Moscú puede verse como un pequeño archipiélago disgregado, ni siquiera articulado, que genera discontinuidades, muchos espacios vacíos, una estructura de movilidad ineficaz y finalmente una ciudad difícil de vivir.
Para cambiar esta situación, Moscú necesita un gran proyecto, que ahora puede llevarse a cabo.
Proponemos articular este archipiélago y transformarlo en un mosaico en el que cada pieza tiene su propio significado, pero todas construirán simultáneamente, con el tiempo, una imagen coherente.
Cada pieza del mosaico es un lugar que responde a unas condiciones urbanas diferentes, con un potencial urbano distinto y con un paisaje identificable [por los ciudadanos de Moscú y los visitantes] que dará cabida a la máxima riqueza de usos y siendo, en cierta medida, independientes unos de otros, multiplicando sus efectos.
El río de Moscú es la figura central de este mosaico, [como los ríos de ciudades como París, Shanghái y Madrid, donde hemos transformado la ciudad con un gran proyecto que ha vuelto a «situar» el río en su núcleo urbano].